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Historia y destino / Jean Guitton

Por: Tipo de material: TextoTextoSeries (Naturaleza e historia ; no. 38)Detalles de publicación: Madrid: Rialp, c1977Descripción: 291 pISBN:
  • 8432119350 (Rústica)
Tema(s): Resumen: La obra es el fruto de una serie de conferencias de un curso dado en La Sorbona en 1966. El libro está estructurado del modo siguiente: un prólogo, siete capítulos y un apéndice. La presentación y las notas pertenecen a José L. Illanes. La versión castellana fue realizada por Javier de Fuentes Malvar. En las primeras páginas el autor nos revela su propósito: una reflexión sobre el problema del destino. Seguidamente nos plantea la dificultad de captar el destino dado que la inteligencia no está adaptada para ello. Su consideración nos obliga a traspasar los mismos límites del tiempo. Además supone una relación entre lo que se desarrolla en la historia y lo que permanece. Este "misterio del destino" es también, dice Guitton, el de la historia entendida como la historia total de la humanidad. A continuación, y tomando como punto de referencia el sentido más común de la palabra historia (aquella que por objeto virtual tiene todo el pasado y que, en este sentido, es un ideal incognocible) llega a la afirmación de que la misma debe ser entendida como la relación entre lo íntimo y lo infinito. Aclaremos esto: el autor trata de destacar que, en realidad, la temporalidad no se manifiesta en tres dimensiones -presente, pasado, futuro- sino que existe una cuarta, interior y superior, que es la que nos permite acceder a la intemporalidad. Esta dimensión "intemporal" o simultánea (no sucesiva) es el soporte y razón de ser de la historia, sobre ésta la historia comienza y se ordena. El futuro (que es la eternidad) y el "intemporal" son las instancias más importantes. Al respecto Guitton cita a San Agustín quien veía en el tiempo dos direcciones: en cada momento me extiendo hacia el futuro y me intiendo hacia la eternidad. Uno de los temas centrales del libro es la distinción entre sino, dependencia del hombre respecto de una fuerza que lo constriñe, y destino, relación de nuestra existencia respecto a un poder intemporal. En seguida, el autor aclara que no debemos entender el infinito como una finitud agrandada, sino como un supra-finito, trasfinito, es decir, lo infinito es un orden diverso de existencia y perfección. ¿Cuál es el acto que nos permite acceder a la eternidad permaneciendo aún en el tiempo? La síntesis entre la eternidad y el tiempo, el "acto ontológico" que nos sitúa en el misterio de las cosas es la oración. Este acto de oratio completa a la ratio, ésta desemboca así en una región superior: la del acuerdo entre lo infinito y lo finito. Es, dice Guitton, el acto mismo que trasforma el sino en destino. Es el verdadero cogito: credo, ergo sum. Finalmente, en el apéndice, el autor nos señala la necesidad de reconocer la relación fundamental que existe entre la historia y la religión. Concluye con cuatro definiciones de historia de las cuales rescatamos los conceptos más significativos. En primer lugar, toda historia debe captar la continuidad del movimiento por el cual la humanidad progresa en su dirección, tratando de rescatar las Esencias presentes en esa dirección y en qué medida se alteran o realizan. Al hacer referencia a la Filosofía de la Historia, insiste el autor en que ésta debe discernir entre los acontecimientos aquello que proviene de una causa general y lo meramente accidental y, además, si el curso de la historia tiene un sentido o no. A lo largo de toda la obra, el autor recurre una y otra vez a ejemplos históricos. El hecho histórico concreto no es el soporte que sirve de fundamento a la reflexión sobre el sentido de la historia. Este último es captado a través de una visión que asciende a lo trascendente: el ejemplo histórico es la manifestación de ese sentido trascendente. Porque, en definitiva, el planteo del autor está dirigido a la búsqueda del ser de la historia como el fundamento del devenir, la búsqueda de la esencia misma del hecho histórico, su misma inteligibilidad. Búsqueda que, en última instancia, trasciende a la historia misma. Reseña elaborada por: Cristina M. Simeone. Publicada en Oriente-Occidente año 1, no. 2 (1980)
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La obra es el fruto de una serie de conferencias de un curso dado en La Sorbona en 1966.
El libro está estructurado del modo siguiente: un prólogo, siete capítulos y un apéndice. La presentación y las notas pertenecen a José L. Illanes. La versión castellana fue realizada por Javier de Fuentes Malvar.
En las primeras páginas el autor nos revela su propósito: una reflexión sobre el problema del destino. Seguidamente nos plantea la dificultad de captar el destino dado que la inteligencia no está adaptada para ello. Su consideración nos obliga a traspasar los mismos límites del tiempo. Además supone una relación entre lo que se desarrolla en la historia y lo que permanece. Este "misterio del destino" es también, dice Guitton, el de la historia entendida como la historia total de la humanidad.
A continuación, y tomando como punto de referencia el sentido más común de la palabra historia (aquella que por objeto virtual tiene todo el pasado y que, en este sentido, es un ideal incognocible) llega a la afirmación de que la misma debe ser entendida como la relación entre lo íntimo y lo infinito. Aclaremos esto: el autor trata de destacar que, en realidad, la temporalidad no se manifiesta en tres dimensiones -presente, pasado, futuro- sino que existe una cuarta, interior y superior, que es la que nos permite acceder a la intemporalidad. Esta dimensión "intemporal" o simultánea (no sucesiva) es el soporte y razón de ser de la historia, sobre ésta la historia comienza y se ordena. El futuro (que es la eternidad) y el "intemporal" son las instancias más importantes. Al respecto Guitton cita a San Agustín quien veía en el tiempo dos direcciones: en cada momento me extiendo hacia el futuro y me intiendo hacia la eternidad.
Uno de los temas centrales del libro es la distinción entre sino, dependencia del hombre respecto de una fuerza que lo constriñe, y destino, relación de nuestra existencia respecto a un poder intemporal. En seguida, el autor aclara que no debemos entender el infinito como una finitud agrandada, sino como un supra-finito, trasfinito, es decir, lo infinito es un orden diverso de existencia y perfección.
¿Cuál es el acto que nos permite acceder a la eternidad permaneciendo aún en el tiempo?
La síntesis entre la eternidad y el tiempo, el "acto ontológico" que nos sitúa en el misterio de las cosas es la oración. Este acto de oratio completa a la ratio, ésta desemboca así en una región superior: la del acuerdo entre lo infinito y lo finito. Es, dice Guitton, el acto mismo que trasforma el sino en destino. Es el verdadero cogito: credo, ergo sum.
Finalmente, en el apéndice, el autor nos señala la necesidad de reconocer la relación fundamental que existe entre la historia y la religión.
Concluye con cuatro definiciones de historia de las cuales rescatamos los conceptos más significativos. En primer lugar, toda historia debe captar la continuidad del movimiento por el cual la humanidad progresa en su dirección, tratando de rescatar las Esencias presentes en esa dirección y en qué medida se alteran o realizan. Al hacer referencia a la Filosofía de la Historia, insiste el autor en que ésta debe discernir entre los acontecimientos aquello que proviene de una causa general y lo meramente accidental y, además, si el curso de la historia tiene un sentido o no.
A lo largo de toda la obra, el autor recurre una y otra vez a ejemplos históricos. El hecho histórico concreto no es el soporte que sirve de fundamento a la reflexión sobre el sentido de la historia. Este último es captado a través de una visión que asciende a lo trascendente: el ejemplo histórico es la manifestación de ese sentido trascendente. Porque, en definitiva, el planteo del autor está dirigido a la búsqueda del ser de la historia como el fundamento del devenir, la búsqueda de la esencia misma del hecho histórico, su misma inteligibilidad. Búsqueda que, en última instancia, trasciende a la historia misma. Reseña elaborada por: Cristina M. Simeone. Publicada en Oriente-Occidente año 1, no. 2 (1980)


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