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El cristianismo llega a China / Walter Juan Gardini

Por: Tipo de material: TextoTextoDetalles de publicación: Buenos Aires: Guadalupe, 1983impr.Descripción: 217 pISBN:
  • 9505000650
Tema(s): Resumen: Se cumplieron en 1983 400 años de la llegada a China del sacerdote italiano Mateo Ricci (S.J.), que representa el tercer momento en la tentativa de difundir el cristianismo en el antiguo “Reino del Centro” denominado por los tártaros como Kitai. En efecto, durante la dinastía de los Tang en el siglo séptimo se produce la primera introducción del cristianismo al lejano país asiático por obra de los monjes nestorianos, procedentes del Cercano Oriente, y cuya influencia se mantuvo a lo largo de tres siglos. En el siglo XIII, luego de la muerte de Gengis Kan, el imperio mongol se extendía en un área de enorme amplitud, incluyendo una porción de China. Es entonces que se produce el primer contacto de catolicismo a cargo de los frailes franciscanos quienes emprenden el “camino de la seda “con el propósito de establecer una alianza con los mongoles. En esta segunda tentativa se destacan Juan de Pián del Carpine, Benedicto de Polonia -enviados por el Papa Inocencio IV- Andrés de Longjumeau, un año más tarde con una misión de Luis IX, rey de Francia, que logra entrevistarse con la viuda de Guyuk, el Gran Kan, a cuya entronización habían asistido los dos primeros franciscanos en las proximidades del Karakorum. Es todavía la época de las “embajadas a los tártaros”, y ninguna de ellas logró alcanzar China siendo Juan de Montecorvino el que concretara ese propósito en 1294, cuando llega a Kambaliz -Pequin- y se presentara ante Timur, el sucesor de Kublay, por quien fue bien recibido. Más tarde lo siguieron Odorico de Pordenone, Juan de Marignolli y otros franciscanos, algunos de los cuales fueron muertos en la India. En 1307 el Papa Nicolás IV nombre a fray Juan arzobispo de Kambaliq, y la acción de la orden concluye con la expulsión de los mongoles en 1368, llamados Yuan por los chinos. La nueva dinastía de los Ming, cuya duración se prolonga hasta 1644, se caracterizó por una acentuada xenofobia que contempló, en su exaltación de los valores tradicionales, la expulsión de los cristianos. Luego de un lapso de más de dos siglos el superior y visitador de la Compañía de Jesús, Alejandro Valignano, arriba en 1578 a Macao comprueba las dificultades para poder penetrar en China, la que se encontraba amurallada en un despreciativo etnocentrismo. El padre Valignano antecede a la tercera etapa catequística, pero establece una perceptiva para abrir el camino hacia el “Reino del Centro”, que más tarde sería ampliamente aprovechada por Mateo E. Ricci, ésta señalaba: “Aprender a leer, escribir y hablar la lengua mandarina y adecuarse a las costumbres de los chinos”. La figura de Ricci domina la historia china, como misionero más relevante y que representa el cristianismo del tercer período, cuya evangelización de China se detiene a fines del siglo XVIII. La última y cuarta época, entre 1850 y 1950, finaliza cuando Mao Tse-Tung, luego de su triunfo, expulsa a los misioneros. Walter Gardini define a su obra como “un ensayo… una síntesis, muy apretada e incompleta, con una finalidad esencial; dejar entrever lo complejo e interesante del tema y alentar ulteriores lecturas e investigaciones”. Si el propósito de Gardini es el que acabamos de citar, consideramos que se ha excedido notablemente, dado que no sólo logra capturar al lector con su estilo claro, ordenado y fascinante. El conocimiento minucioso de las fuentes se complementa con el planteo del problema esencial de la “inculturación”, sobre lo cual dice: “siguiendo el método que habían usado los primeros apologistas cristianos con relación a la filosofía griega, Ricci asumió algunos términos y algunas categorías del pensamiento chino para expresar las verdades cristianas. Utilizó las palabras “Tien” (Cielo) y “Shang-Ti” (Supremo dominador), empleadas en los libros clásicos para significar a Dios. La Virgen María se convirtió en la “flor de los santos”, el paraíso en la “sala celeste”, el evangelio en el “inmortal clásico”, la cruz en el “signo del diez”. Con el mismo criterio intentó expresar en términos chinos conceptos más complejos como los de sustancia, accidente, espíritu puro. Prefería el uso de símbolos chinos más comprensibles, aunque menos exactos, al original europeo”. Este párrafo nos remite al tema hermenéutico. En efecto, Mateo Ricci convivió con los chinos de su tiempo con la paciente humildad del etnógrafo, incorporándose a su estilo de vida hasta el punto de adoptar el nombre de Li Ma-tu. El estudio del idioma fue la base para conocer las tres principales corrientes religiosas, el budismo, el taoísmo y el confucionismo. En su deseo de aprehender el pensamiento filosófico-religioso chino, el padre Ricci busca las analogías con el cristianismo y en este operar intencional se desliza hacia el problema hermenéutico como un “hacer interpretar” el horizonte de la “religión de la luz” con las categorías chinas que más armoniaban. No nos detendremos en la atractiva personalidad de Mateo Ricci, cuyos escritos fueron conocidos en Europa por primera vez gracias al jesuita belga N. Trigault entre 1615 y 1625, pudiéndose así disponer de mayor información sobre el Catai de Marco Polo. Walter Gardini prosigue pausadamente a lo largo de la convulsionada historia china hasta los días de régimen de Mao Tse-Tung y de la revolución cultural, con abundancia de citas y reflexiones como la siguiente: “la revolución de los “Taping”, de inspiración cristiana, abortó con la complaciente colaboración de las fuerzas militares de Occidente. La revolución marxista tuvo éxito. También el marxismo provenía de afuera, como el budismo y el cristianismo”… La doctrina marxista, resalta Gardini, “es contraria en su esencia al principio de la armonía que inspiró toda la cultura china”, señalando así uno de los supuesto éticos y religiosos más importantes de este pueblo milenario. El libro de Walter Gardini, compuesto por algo más de doscientas páginas, significa un útil aporte tanto para el conocimiento del devenir histórico del cristianismo en China como una obra de consulta para la profundización del problema del contacto cultural. Reseña elaborada por: Mario Califano. Publicada en: Oriente-Occidente v.7, no. 1/2 (1986)
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Monografías Monografías Biblioteca Central "R.P. Guillermo Furlong, S.J." 27 GARc 1983 (Navegar estantería(Abre debajo)) ej.1 Disponible uni'0006981

Se cumplieron en 1983 400 años de la llegada a China del sacerdote italiano Mateo Ricci (S.J.), que representa el tercer momento en la tentativa de difundir el cristianismo en el antiguo “Reino del Centro” denominado por los tártaros como Kitai. En efecto, durante la dinastía de los Tang en el siglo séptimo se produce la primera introducción del cristianismo al lejano país asiático por obra de los monjes nestorianos, procedentes del Cercano Oriente, y cuya influencia se mantuvo a lo largo de tres siglos. En el siglo XIII, luego de la muerte de Gengis Kan, el imperio mongol se extendía en un área de enorme amplitud, incluyendo una porción de China. Es entonces que se produce el primer contacto de catolicismo a cargo de los frailes franciscanos quienes emprenden el “camino de la seda “con el propósito de establecer una alianza con los mongoles. En esta segunda tentativa se destacan Juan de Pián del Carpine, Benedicto de Polonia -enviados por el Papa Inocencio IV- Andrés de Longjumeau, un año más tarde con una misión de Luis IX, rey de Francia, que logra entrevistarse con la viuda de Guyuk, el Gran Kan, a cuya entronización habían asistido los dos primeros franciscanos en las proximidades del Karakorum. Es todavía la época de las “embajadas a los tártaros”, y ninguna de ellas logró alcanzar China siendo Juan de Montecorvino el que concretara ese propósito en 1294, cuando llega a Kambaliz -Pequin- y se presentara ante Timur, el sucesor de Kublay, por quien fue bien recibido. Más tarde lo siguieron Odorico de Pordenone, Juan de Marignolli y otros franciscanos, algunos de los cuales fueron muertos en la India. En 1307 el Papa Nicolás IV nombre a fray Juan arzobispo de Kambaliq, y la acción de la orden concluye con la expulsión de los mongoles en 1368, llamados Yuan por los chinos. La nueva dinastía de los Ming, cuya duración se prolonga hasta 1644, se caracterizó por una acentuada xenofobia que contempló, en su exaltación de los valores tradicionales, la expulsión de los cristianos. Luego de un lapso de más de dos siglos el superior y visitador de la Compañía de Jesús, Alejandro Valignano, arriba en 1578 a Macao comprueba las dificultades para poder penetrar en China, la que se encontraba amurallada en un despreciativo etnocentrismo. El padre Valignano antecede a la tercera etapa catequística, pero establece una perceptiva para abrir el camino hacia el “Reino del Centro”, que más tarde sería ampliamente aprovechada por Mateo E. Ricci, ésta señalaba: “Aprender a leer, escribir y hablar la lengua mandarina y adecuarse a las costumbres de los chinos”. La figura de Ricci domina la historia china, como misionero más relevante y que representa el cristianismo del tercer período, cuya evangelización de China se detiene a fines del siglo XVIII. La última y cuarta época, entre 1850 y 1950, finaliza cuando Mao Tse-Tung, luego de su triunfo, expulsa a los misioneros.
Walter Gardini define a su obra como “un ensayo… una síntesis, muy apretada e incompleta, con una finalidad esencial; dejar entrever lo complejo e interesante del tema y alentar ulteriores lecturas e investigaciones”. Si el propósito de Gardini es el que acabamos de citar, consideramos que se ha excedido notablemente, dado que no sólo logra capturar al lector con su estilo claro, ordenado y fascinante. El conocimiento minucioso de las fuentes se complementa con el planteo del problema esencial de la “inculturación”, sobre lo cual dice: “siguiendo el método que habían usado los primeros apologistas cristianos con relación a la filosofía griega, Ricci asumió algunos términos y algunas categorías del pensamiento chino para expresar las verdades cristianas. Utilizó las palabras “Tien” (Cielo) y “Shang-Ti” (Supremo dominador), empleadas en los libros clásicos para significar a Dios. La Virgen María se convirtió en la “flor de los santos”, el paraíso en la “sala celeste”, el evangelio en el “inmortal clásico”, la cruz en el “signo del diez”. Con el mismo criterio intentó expresar en términos chinos conceptos más complejos como los de sustancia, accidente, espíritu puro. Prefería el uso de símbolos chinos más comprensibles, aunque menos exactos, al original europeo”. Este párrafo nos remite al tema hermenéutico. En efecto, Mateo Ricci convivió con los chinos de su tiempo con la paciente humildad del etnógrafo, incorporándose a su estilo de vida hasta el punto de adoptar el nombre de Li Ma-tu. El estudio del idioma fue la base para conocer las tres principales corrientes religiosas, el budismo, el taoísmo y el confucionismo. En su deseo de aprehender el pensamiento filosófico-religioso chino, el padre Ricci busca las analogías con el cristianismo y en este operar intencional se desliza hacia el problema hermenéutico como un “hacer interpretar” el horizonte de la “religión de la luz” con las categorías chinas que más armoniaban. No nos detendremos en la atractiva personalidad de Mateo Ricci, cuyos escritos fueron conocidos en Europa por primera vez gracias al jesuita belga N. Trigault entre 1615 y 1625, pudiéndose así disponer de mayor información sobre el Catai de Marco Polo.
Walter Gardini prosigue pausadamente a lo largo de la convulsionada historia china hasta los días de régimen de Mao Tse-Tung y de la revolución cultural, con abundancia de citas y reflexiones como la siguiente: “la revolución de los “Taping”, de inspiración cristiana, abortó con la complaciente colaboración de las fuerzas militares de Occidente. La revolución marxista tuvo éxito. También el marxismo provenía de afuera, como el budismo y el cristianismo”… La doctrina marxista, resalta Gardini, “es contraria en su esencia al principio de la armonía que inspiró toda la cultura china”, señalando así uno de los supuesto éticos y religiosos más importantes de este pueblo milenario.
El libro de Walter Gardini, compuesto por algo más de doscientas páginas, significa un útil aporte tanto para el conocimiento del devenir histórico del cristianismo en China como una obra de consulta para la profundización del problema del contacto cultural.
Reseña elaborada por: Mario Califano. Publicada en: Oriente-Occidente v.7, no. 1/2 (1986)


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